Tres:Veintiuno

El celular sonó varias veces. Sonó hasta despertar mis oídos, aturdidos por tanto ruido, por tanta soledad. Despacio me levante de mi cama. Como si estuviera flotando.

Pase por entre montones de ropa, casi sin tocarla, apenas rozándola, como si estuviera inexistente. El teléfono había dejado de sonar hace apenas unos segundos, pero yo ya estaba levantando, caminado por entre ropa sucia y colillas de cigarros. Parpadeaba la luz de la pantalla, avisando una llamada perdida.

Otra ves el celular sonó hasta hacerme reaccionar. En la mesa junto a el está un vaso y un par de platos. Estos se iluminan al son de A Wolf at the Door. Toman sombras caprichosas, reflejadas en la pared y en el techo. Me embobo con esos colores y esas sombras. Hasta que nuevamente deja de sonar, y como si de un disco rayado se tratara, la pantalla nuevamente parpadea. Doy un par de pasos más y lo tomo, esperando que suene nuevamente, que vibre, que brille.

Me acuesto nuevamente. Y nuevamente, vuelve a sonar con esa tonada que me transporta, que me permite viajar por entre mi pensamiento. Que me recuerda su aroma, su risa, su cabello enmarañado cuando hacemos el amor. Que mis sueños son suyos. Me recuerda que pronto ella estará enmarcada por mis brazos, que el tiempo se detiene al besar sus labios. Que se detiene, aunque sea solo por un instante, cuando le canto al oído.

Es ella, por la cual no solo daría la vida. También mi eternidad.


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