Los compañeros de Lilia

Lilia se sentó junto a aquella tumba que tanto le gustaba. Del dueño del aposento no conocía gran cosa, pero siempre tenía flores frescas. “Juan Carlos” se leía. Nombre bastante común. Demasiado común pensó. Lilia tomo una flor. Tulipanes, según recordaba. Hacía mucho que no veía una flor de esas. La olio, pero ningún aroma llego hasta ella. En fin, solo con verla se sentía viva.


Lilia siguió caminado. Ya alcazaba a ver la tumba de “Humberto”. Le grito, pero de su boca no salió sonido alguno. Volteo a ver su flor, pero esta se había quedado atrás, como si nunca la hubiera tomado. A veces se le olvidaba que ya no podía tomar las cosas.

Lilia se sentó debajo de ese viejo árbol. Una suave brisa agito las hojas, llevándose unas cuantas de ellas. Sin embargo su cabello permaneció quieto. Quieto, como la muerte que la rodea. Como la soga que le aprisiona el cuello.

Lilia camino un poco más, haya, donde estaba “Bertha”, al parecer, abuela de “Juan Carlos”. Apenas rozo el mausoleo perlado, sin duda, recientemente pulido. Lilia se quedó allí, acostada, viendo sin ver las nubes pasajeras, sintiendo sin sentir, llorando en la eternidad. Llorando ante aquellas tumbas que la veían, que la esperaban. Soñando con poder algún día despertar a alguien para así no pasar tan sola la eternidad.

Lo único malo es que también se le olvidó que ya no podía soñar.

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