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El arte de olvidar

-¿Es que acaso no recuerdas?
-No. Lo siento.
-Fuck you.

El sentimiento de olvidar es algo curioso. Causa pena, dolor, enojo. Y sin embargo, una completa indiferencia, que hasta te hace sentir bien. Y eso causa más que nada, enojo.

Realmente no se porque olvido la mayoría de las cosas. Olvido quitar las llaves del auto, los cumpleaños, si comí, dormí o soñé. Suelo ser malisimo en una relación, olvido donde hay que recoger a la chica, su odio hacia la comida china y las películas serie B. Me pasa que a veces olvido encender el celular o recargar la batería. Y no puedo olvidarte.

Mi capacidad para olvidar es como que neutral. Me ha traído cosas buenas y malas. Olvidar cosas, me hace comprar cosas que olvide. Estrenar es bueno. Olvidar detalles importantes de una conversación, que no sabes cuando te los van a pedir, es un error. Olvidar es malo. Y puedes recibir un rodillazo en los huevos.

El pedo aquí es cuando una persona se mete tan dentro de ti, echa raíces a lo bestia y aunque olvides su escote o su perfume, no logras olvidar su rostro. Sus palabras. Su forma de ser (aunque sea infantil, histerica, estúpida o mandona). Y comienzas a extrañar. Extrañar sus olvidados labios, su olvidado cabello. Y deseas no recordar, olvidar el sentimiento, extrañar un poco menos. Y cuando al fin logras olvidar, lo único que te queda es el vacío en el alma, como si a un juguete le quitaran las baterías. Y te quedas flotando, olvidando a consciencia, recordando en la inconsciencia. Y pasa que después de días, meses o años, lo olvidado regresa de putazo, con una mano que se estira en la calle o una risa lejana en algún café-bar. Y aquello que tanto afán pusiste en olvidarlo, te sorprende, estrujándote las bolas con recuerdos, falsas ilusiones y el demonio del hubiera. Y te haces chiquito, a tal grado de que tienes un nudo enorme en la garganta, un plomo en el corazón. Y vuelves a olvidar ese momento, para comenzar a extrañar durante los días siguientes. Como si a un juguete le pusieras pilas baratas y solo fuera el mismo de antes por una hora, para después arrastrarse cada vez más lentamente hacia la soledad.

-Hola, que tal. Eres Mariana, ¿cierto? Soy Edgar, ¿te acuerdas de mí?
-Mmm, no.
-Ibamos en el CBTis, conta, en la tarde. Grupo "N". Te invito un café, sirve de que me cuentas como te ha tratado la vida.
-Hijole, disculpa, pero no. Llevo prisa. Además te eh olvidado.

Juguemos


-¿Quieres jugar?
-¿A que?

-No lo sé, simplemente quiero jugar contigo, jugar con dragones y espadas, pensar en rescatar a una princesa de bellos ojos... O tal vez jugar a los juegos de antes, con canicas y trompos, ¿recuerdas mi trompo de madera, ese que siempre rompe los tuyos? Quiero jugar con los carritos de bombero y las patrulla desgastadas, jugar con pelotas de papel o ponerle una botella a la llanta de atrás de la bici y sentir que es una motocicleta. Quiero revivir lo que se siente saltar en la lluvia, dormir en la casa del vecino. Quisiera jugar contigo, tomado de la mano, para dar vuelta con el cielo sobre nuestras cabezas y las preocupaciones por los suelos. Quisiera jugar, reír, compartir y fantasear.

-Juguemos entonces. Hay que olvidarnos de nuestra edad y nuestras responsabilidades, aunque sea por una tarde, olvidarnos del trabajo y las envidias...Juguemos.

-¡Si!, juguemos a olvidar, a desaparecer, a renacer...