Cosas de niños

- ¡A la verga me vale verga!
- Perate, cabrón, no seas así.
- Como vergas no, pinche puto, ¡ya me tienes hasta la madre!

Un niño salió corriendo de su casa, pelota bajo el brazo, pateando todo a su paso. Su cara libraba una batalla entre el llanto y el enojo, rojos los cachetes de tanto suprimir lo uno y lo otro. No sabia para donde mirar, si regresar y seguir peleando o irse directo a su casa a tomar refresco directo de la botella y sentir el frio quemar su garganta. La calle estaba desierta, unos cuantos carros eran los únicos testigos de su frustración. No era tan tarde, aun se veía la sombra del sol por entre las ramas de árboles. Sabia que se iba a su casa ya no lo dejarían volver a salir. Y también sabia que si regresaba a la casa de la cual minutos antes había pateado la puerta, regresaría a pelar.

Se sentó en la banqueta a pensar sus opciones. ¿Regresar o irse? A ver. Primero lo mas obvio. Irse. Llegar a la casa, tomar refresco, prender la televisión y ver las caricaturas de la tarde. Eso le daría una hora, a la mucho, antes de que su mamá lo mandara a la tienda por las cosas de la cena, o su hermana lo quitara para ver la telenovela o su papá le empezara a regañar por la escuela. Seria una hora de paz y tranquilidad hasta que alguien mas se lo quite. Y entonces tendría dos motivos por los cuales sentirse enojado.

Regresar. Volver a pelear. Sacarle cosas de antes, como cuando le poncho su pelota o le perdió su papalote al no agarrarlo bien. Y escucharle decir que él también le había pegado con la resortera o que le había robado -cosa que no era cierta, ese había sido su primo- sus tazos. O regresar como si nada hubiera pasado, a seguir jugando Mario Kart y aguantarse las conchas que siempre hacían tino en su carro. Y entonces, se enojaría aún más, porque nunca le podía ganar. No le dejaba ganar.

Entonces, ¿qué hacer?

Sentado en la banqueta, rodaba la pelota con sus manos. Parecía que la decisión era más difícil de lo que pensaba. Irse o regresar, regresar o irse. Ninguna de las dos opciones que tenía le convencía. Pero no había pensado en la tercera opción. Quedarse. Ahí nada más, sin hacer nada o pararse a patear la bola contra la pared. Quedarse a esperar a que la noche se haga presente, a que le llame su mamá para cenar. Quedarse a esperar a que salga alguien a jugar con él. Quedarse a matar el tiempo. Quedarse a jugar solo. Al final de cuentas, un niño solo necesita la compañía de su imaginación para ser feliz.

Irse o regresar, regresar o irse.

Y dándole vueltas a eso en su cabeza, sin saberlo, eligió la tercera. Quedarse, siendo feliz. Total, mañana será otro día y ya se le habrá olvidado la pelea del día anterior, volverá a jugar Mario Kart y perderá nuevamente. Pero si jugaban a los penales, entonces le daría una lección. Nadie le gana en los penales.

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