Final



La noche se me hace eterna. El calor pudre las gotas de sudor que resbalan por la frente, quienes nuevamente suben, se evaporan y vuelven a caer, en un desagradable ciclo, que parece no tener fin.

El calor infernal, el sudor pegajoso, el olor nauseabundo, estar sentado frente a esta mesa que se tambalea, que escurre sangre. Hay dos cuerpos que necesitan ser desmembrados y yo estoy aquí, en esta maldita rutina que es estar sentado, cortando partes, casi mecánicamente, ya sin ningún sentido, sin sentir nada, sin esa vieja sensación de ser Dios. Hoy son dos, antier fue uno, hace un mes eran tres. Mañana quién sabe.

Como dije, ya es mecánico. Levanto un brazo y corto, serrucho y separo. Levanto la pierna y repetimos. Ahora toca la cabeza, esa parte tan esencial y tan frágil, que se separa casi al contacto con el bisturí. No es como antes, cuando me podía quedar viendo los ojos vacíos por horas, intentando descubrir el sentir que es morir, tratando de descifrar su ultima reacción, si es odio, temor o, nunca se sabe, admiración y liberación, por terminar por fin con el trabajo. Ahora desecho la cabeza casi sin verla. Va cada parte del cuerpo, una por una, a una bolsa negra, que espero tirar por ahí o simplemente dejarla fuera de mi casa, para que pase el camión que se lleva la basura y esperar, casi con júbilo, que me descubran y así poder terminar de una maldita vez con esta rutina, que poco a poco ha terminado con mis ganas de vivir y de seguir asiendo lo que fue y ha sido mi misión en la vida.

Me levanto, enciendo un cigarro, me echo la bolsa a la espalda. Todo es tan podridamente sin sentido. Deposito la carga en la cajuela de mi auto, subo a el, lo pongo en marcha y me alejo un par de cuadras, para bajar, abrir la cajuela, sacar la bolsa negra y tirarla cerca de una alcantarilla, a plena luz de la farola. Rueda la cabeza fuera, ya ni si quiera me detengo a ponerla nuevamente dentro. Solo la miro rodar y detenerse junto a la banqueta. Y se queda mirándome, como si quisiera entender el porqué de mi desdicha. No puedo hacer más que levantar los hombros, dar una fumada y regresar a casa, donde me espera esta maldita rutina, con la noche eterna, el sudor sin fin, el olor nauseabundo y el otro cuerpo que espera ser despachado.