Diario de un Demente. Día 1

Las luces blancas del techo se apagaron una a una, rítmicamente. El cielo se mostraba despejado, con una que otra estrella perdida.

Nubes.

El tiempo se detenía tras esa falda. Solo importaba la forma de hacerlo. Pareciera que Plutón se había alineado con Marte. El destino estaba a su favor. Solo necesitaba más tiempo. Más tiempo.
Ella caminaba entre frio y cristal. Caminaba hacia la inocencia. Caminaba durante la noche. Solo caminaba.

Sus manos trabajaron solas. Sujetaron, apresaron, asfixiaron los sueños y la boca. Tocaron la piel cálida de un cuerpo inexistente en un mundo perdido. No pensaba, solo desgarraba, presa del frenesí y la locura del momento.

Silencio.

Ojos claros. Inexpresivos, viendo fijos el horror y la luz de la luna filtrada a través de la ventana.

Sexo.

El techo funge como anónimo espectador. Gotas de sudor caen de su frente. Y dan a parar a un pecho sin color. Sin vida.

Las sangre brota, coloreando unas pantis rosadas. Solo bastan 5 minutos para que la candidez desaparezca. Miedo.

Moscas en torno a una niña de 9 años. Viejos edificios cubiertos por sol y tierra. Pintura de aceite. Viejos periódicos sobre la pelvis. Un suéter de lana. Dios no existe. Porque yo soy Dios.

Y Dios dice que su obra es perfecta.

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