Miércoles.
Día en el que ese lazo de hebras sintéticas me miran con los ojos más seductores que jamás he visto. Atrayentes labios que quieren dejar su beso en mi cuello.
Día en el que los cigarros intentan calmar las ansias, uno tras uno, caja tras caja. Humo que en su espesor, intenta lavar los recuerdos y empañar el rostro.
Día en el que pienso más de lo que de debería, volcando los restos de lo perdido en el mar de los rotos. Sentimientos y culpas, amontonados en un lugar lejano a lo conciente, esperando a saltar detrás de las cortinas.
Día que se mueve lento, carcomiendo cada segundo la piel y los minutos flagelan los sentidos. Mutilando las horas nauseabundas, cuales presos arrastrando los grilletes que dejó tu aroma.
Día que el insomnio llega, la duermevela y el cansancio de levantarse a las tres de la madrugada son pan y sombra. La tenue luz de la lámpara alcanza a reflejar una silueta inexistente, roja y enmarañada.
Día en el que el vaso de ardiente liquido y hielo seco no calma la sed del alma. Dulce veneno, depurado como si fuera antídoto para sobrevivir un día más a la ausencia de la luna en su nadir.
Día que busco el consuelo entre dos líneas de blanca pureza. Que me permitan volver a ver ese par de lunares que tantas veces bese en la oscuridad.
Día que se hace frío, que ningún sol ha podido calentar. En el que canto serenatas imaginarias, escribo poemas en piedra caliza y me los trago para llenar un corazón que se hace polvo.
Día que Sabina se me figura reggaeton, Palomas grupero y Black se convierte en mi oración de la mañana. Dónde la música se hace tan clara que llega a lastimar los oídos y cegar los ojos.
Día donde el sol se pone antes de despertar, las estrellas no paran de llorar y la luna tarda otro día en despuntar. Es el día donde me toca huir, recogiendo los trozos que se caen a cada paso, para en la noche, tratar de reconstruir un nuevo molde dónde se pueda meter día a día el olvido, el amor, la ansiedad y el no sentir. Por lo menos hasta dentro de siete días.