3 a.m.

Su mano sostenía la mitad de un cigarro. Su cuerpo reposaba sobre aquel fino sillón de piel negra y madera de caoba. Bebía un fino wiski, copa de cristal, dos hielos, sin mezcla de mal alguno. Sus ojos clavados sobre aquel par de grandes senos que se movían sugestivamente cerca de sus fosas nasales.

De su bolsillo saco un billete y lo puso en la tanga de aquella mujer, de grandes ojos negros, grandes como sus medidas. Soltó la copa para poder aferrarse a esas nalgas, que se movían al compás de Europa, el viejo éxito de Santana. El cigarro se consumió en el cenicero, así como el pudor y el sostén de la bailarina, quien ahora se contoneaba más cerca de él, tanto que sus alientos se confundían. Aflojo su corbata y tras poner una mano en su entrepierna, la música seguía tocando, ella seguía acariciandolo.

Salio de aquel lugar frecuentado por importantes empresarios, presidentes y gente de poder. Iba tambaleándose, recargándose en las paredes, con los ojos nublados y la mente aún en la muchacha. Subió al carro y tras buscar un poco en la guantera, saco un sobre lleno de polvo blanco. Tras un esfuerzo logro abrirlo, y aquella nariz que antes estaba hundida entre un par de nalgas, ahora lo estaba entre aquel sobre. Tras una fuerte inhalada encendió su deportivo y manejo a casa.

-¿Dónde estabas?
-En una junta mi vida. Me meto a bañar y nos vamos a dormir, recuerda que mañana salgo del país. Este trato con los alemanes me tiene hasta la madre.
-Ok, mi vida. ¿Quieres algo de cenar?
-No preciosa, no tengo hambre.
-Te amo.
-Yo también.

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